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Josué y Jordán sacerdotes del Señor

La Comunidad Magnificat celebra con toda la Iglesia de Perugia la ordenación sacerdotal de Josué y Jordán

Dos jóvenes de sonrisa soleada y carácter abierto: son los nuevos sacerdotes de Perusa, Giosuè Busti, de 31 años, y Giordano Commodi, de 39, que fueron ordenados por el cardenal Gualtiero Bassetti el sábado 29 de junio en la catedral de San Lorenzo.

Joshua, al que hemos visto crecer, es uno de los tres hijos de Gabriella -a quien Dios llamó a la Comunidad Magnificat de entre los de la primera hora- y Rolando -conocido como «Rambo» por ser «sí-sí y no-no», franco e intransigente-, que con Gabriella forma parte de la Fraternidad Betania de Perusa.

Él, Joshua, es miembro aliado de la fraternidad Elce-Perugia.

Vivaz y alegre, profundo pero sencillo, su presencia en las reuniones de la comunidad marca la diferencia.

En una entrevista cuenta: «Descubrí mi vocación durante mi carrera universitaria, a través de la Comunidad Magnificat de Elce y del servicio en la Pastoral Juvenil Diocesana, trabajando, como joven entre jóvenes, junto a los sacerdotes responsables.

Con naturalidad habla de una llamada que se abrió paso en su corazón, haciéndole sentir el «deseo de entregarle toda mi vida, de un modo especial, para devolverle gratuitamente todo lo que había recibido gratuitamente».

Así, tras licenciarse en Ciencias Políticas, ingresó en el Seminario. «Los años en el seminario me sirvieron para madurar una opción más consciente y me ayudaron en mi camino de crecimiento humano, así como en mi conocimiento cada vez más profundo de la belleza y las dificultades de la vida sacerdotal».

Tras sus seis años de formación en el Pontificio Seminario Regional de Umbría, fue ordenado diácono en septiembre de 2018 y recibido en el Colegio Capranica de Roma para continuar sus estudios con la Licenciatura en Derecho Canónico en la Pontificia Universidad Gregoriana.

Giordano: una vocación que se remonta a la experiencia de los primeros apóstoles que, a orillas del lago de Galilea, abandonaron sus redes para seguir al Maestro. «Me faltaban pocos exámenes para licenciarme en Química y Tecnología Farmacéutica y ya llevaba cinco años trabajando en una farmacia -cuenta- cuando, tras el paseo de los 10 Mandamientos que me había devuelto a Dios, entré en la vida de la parroquia de Castel del Piano y más tarde lo dejé todo por Jesús. De hecho, en mi participación activa en las actividades parroquiales, incluidas las peregrinaciones, la catequesis y los servicios, «creció en mí el deseo de darme, de gastar mi vida totalmente por los demás, y me di cuenta de que cuanto más me daba, más recibía».

Hermosas palabras que nos tocan profundamente también porque Giordano está cerca de la Comunidad Magnificat ya que sirve en la parroquia de S Barnaba en Perugia donde vive nuestra Fraternidad.

Durante la homilía de la celebración litúrgica de la ordenación, el Cardenal recomendó que la vocación sacerdotal se mantuviera siempre en el amor de Cristo: «Dentro de unos instantes preguntaré a los candidatos: ‘¿queréis uniros cada vez más a Cristo Sumo Sacerdote, que, como víctima pura, se ofreció al Padre, consagrándoos a Dios para la salvación de los hombres?’ Y vosotros responderéis: ‘¡sí, con la ayuda de Dios! En una palabra, ¡os comprometéis a entregaros a Cristo! ¿Y qué implica esa entrega? Sin duda, ¡el compromiso de amarle! Amarle como el todo de vuestra vida. Amarle como Padre, como hermano, como esposo, como amigo….. La vida de un sacerdote, en palabras y silencios, en acción o en oración, debe tejer continuamente la red de este amor. Y no es un amor de «piel», tumultuoso e inconstante, como el de un adolescente, es un amor tranquilo y fuerte, sereno y capaz de mover la vida, capaz de saciar la vida. Es este amor tan personal por Jesucristo lo que sostiene y motiva nuestro ministerio, lo que nos convierte en sacerdotes «convencidos», en sacerdotes que «creen de verdad», como dice la gente .

El amor a Cristo, queridos hermanos, te hará coger la Biblia, te hará detenerte, como María en Betania, sentada a los pies de Cristo, mientras Él te habla y te mira.

El amor a Jesús os hará retomar la Liturgia de las Horas con fidelidad cotidiana, para hablar al esposo con la voz de la esposa, para llevar ante Dios la alabanza, el gemido, la espera, la confesión de fe de nuestro pueblo.

El amor a Cristo te hará coger libros de teología, de espiritualidad, de liturgia, para conocer mejor al que amamos y para darlo a conocer mejor a aquellos a quienes nos dirigimos. Debes, por amor a Cristo, hacer uso de todos los medios de comunicación para conocer el rostro de la generación de este tiempo, a la que somos enviados a vigilar y servir con los ojos de Dios.

Es la intensidad del amor a Cristo la que os expropiará del espacio y del tiempo, y os hará acercaros con alegría y valentía al camino de los niños, de los jóvenes, de los adultos, de los ancianos de cada generación para haceros hermanos, para haceros «todo a todos» con el fin de «ganar a alguien para la causa del Evangelio».

Sigue siendo la ternura del amor de Jesús la que os llevará a atravesar toda geografía humana, y a ser ciudadanos de las regiones de la alegría, así como de las del llanto, «a llorar con los que lloran» y «a reír con los que ríen»; a no ocultar vuestro rostro bajo máscaras de ocasión, sino a ser en relación con toda criatura, la visibilidad del rostro del Padre. Esto es lo que significa volver a entregarte a Cristo, dejar que Él llene tu mente, tu corazón, tu cuerpo, tus obras, tus palabras, para que puedas decirle con una verdad sencilla y desarmante: «Señor, tu amor vale más que la vida».

Los dos jóvenes sacerdotes entraron en la Orden Presbiteral con el corazón lleno de gratitud, y su agradecimiento al final de la celebración fue todo menos formal: a Dios primero, a la Iglesia, a sus familias.

A los formadores del seminario, a los párrocos que ayudaron en el servicio, que mostraron concretamente cómo el sacerdote gasta sus energías con amor por el rebaño que le ha sido confiado.

A nuestro querido amigo Giampiero Morettini, el joven seminarista «habitado por Cristo», que «no te daba la impresión de alguien que ha dejado algo, sino de alguien que ha encontrado a Alguien». Giampiero, que murió entregándose al Señor en agosto de 2014 tras una intervención quirúrgica, dejó una huella viva en todos sus compañeros de seminario.

Nosotros, los de la Comunidad Magnificat, también queremos unirnos a esta acción de gracias, honrados una vez más de poder dar a la Iglesia jóvenes que eligen a Cristo como su primer Amor, que se dedican al Evangelio, que se ponen al servicio de la Iglesia. Junto con Josué y Jordán, también nosotros decimos: devolvamos con alegría a Dios lo que nos ha dado.

Daniela Rayo

(*) Palabras del Cardenal Bassetti en la jornada celebrada en recuerdo de Giampiero Morettini el 1 de junio de 2016.

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