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…tomó sobre sí nuestros sufrimientos,
tomó sobre sí nuestros dolores…

Isaías 53, 4

Uno de los carismas que se ha manifestado en la actividad comunitaria a lo largo de los años es el de la «curación interior». Este don, a lo largo de tantos años, se ha desarrollado y ofrecido a un número muy elevado de personas a través del «Seminario de Curación» que Tarcisio Mezzetti -desde principios de los años 80- tuvo la intuición de proponer mediante una serie de catequesis a cargo de los hermanos Dennis y Matthew Linn, seguidas de momentos de oración guiada dirigidos a curar las heridas de la vida.

Con estas palabras, Tarcisio presentó el seminario, identificando la curación total del hombre -formada por la unidad de cuerpo, alma y espíritu- como condición para responder con plena libertad a la llamada de Dios a la santidad:

«Cuando hablamos de crecimiento en la vida cristiana, siempre hablamos de superar los muchos obstáculos que se interponen en ese crecimiento; uno de los principales obstáculos a superar es la necesidad de liberarnos de las ataduras que nos bloquean, haciéndonos esclavos de nuestros miedos, de nuestras culpas, de nuestras heridas. El camino de la superación ya ha sido recorrido por Jesús, pero aún hay más.

El profeta Isaías, hablando del «siervo sufriente», escribió así:

«Despreciado y vilipendiado por los hombres, varón de dolores que conoce bien el sufrimiento, como aquel ante el que se cubre el rostro, fue despreciado y no le tuvimos en estima. Sin embargo, tomó sobre sí nuestros sufrimientos, cargó con nuestras penas, y nosotros le tuvimos en escarmiento, golpeado por Dios y humillado. Fue traspasado por nuestros pecados, aplastado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la salvación recayó sobre él; por sus heridas fuimos curados» (Isaías 53: 3-5).

Jesús en la cruz, por tanto: ‘tomó sobre sí nuestros sufrimientos, cargó con nuestros dolores‘.

Las palabras utilizadas en hebreo pueden traducirsecomo«aflicciones«y«dolores»o como«enfermedades» y «sufrimientos«.«. L'»aflicción» y «dolor» son sufrimientos de la psique, mientras que«enfermedad» y «sufrimiento«son dolores físicos. La verdad es que Jesús tomó sobre Sí tanto los sufrimientos físicos como los psíquicos de todos nosotros, para que por medio de la cruz pudiéramos ser curados.

Por eso, el amor infinito de Dios nos alcanza desde la cruz para ser la salvación total de toda nuestra persona: espíritu, alma y cuerpo. Para la Escritura, el hombre es el conjunto de estas tres dimensiones, que no pueden separarse. Sabemos bien que las enfermedades espirituales suelen repercutir también en la psique, es decir, en el cuerpo, mientras que la medicina psicosomática nos enseña que el sufrimiento psíquico prolongado también produce enfermedades físicas.

San Pablo afirma también esta unidad del hombre cuando escribe a los Tesalonicenses: «Que el Dios de la paz os santifique por completo, y que toda vuestra persona, espíritu, alma y cuerpo, se conserve irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tes 5, 23).

Por eso, cuanto más nos acerquemos a Jesús y nos convirtamos en sus imitadores, más equilibrados, fuertes y espiritualmente maduros nos hará su presencia.

Esta madurez dará entonces sus frutos: frutos de paz interior, de oración, de entrega, de paciencia, de fortaleza, de valentía y, por supuesto, también del perfecto desarrollo de toda nuestra persona, según la voluntad misericordiosa y amorosa de Dios. La Comunidad, de distintas formas y maneras, sigue ofreciendo este servicio en sus actividades caritativas.

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